La imagen de su abuela se le aparecía últimamente con mucha frecuencia. Enjuta y como escondida en su ropa de diario negra, larga la falda hasta donde amanecían sus tobillos ocultos por unas medias, también negras. El pelo estirado hacia atrás y rematado el peinado por un moño. Se movía ligeramente encorvada y siempre moviéndose de un lado para otro. De ella, el Boinas sólo tenía recuerdos menudos y alados que iban y venía en un suspiro. Era muy pequeño cuando ella murió. Decían que era bondadosa. Debía serlo porque en la fotografía que preside su lápida, unos ojos dulces miran en su interior y le perdona todo. Una horquilla de pelo encontrada en la acera de la calle le recuerdan esas visiones. Por lo menos entre tanta mierda que la gente tira, hay algo útil -piensa- aunque sólo sea para recordad esas cosas.
Frente a su mesa, una media gitana (o gitana entera, quién sabe) con toda la prole de hermanas, cuñadas, primas y chiquillos que van y vienen dando por culo con sus gritos, impertinencias y juegos tan absurdos como ir y volver a la tienda de chuches de al lado con mierdas de críos que no sirven para nada. Dameuneuromama. Y ella intenta meter su brazo gordo como un atún en un bolsillo, pero sus grasas perfectamente encajadas en la silla roja de plástico con el anagrama de cocacola en el respaldo, no se lo permite. Ladeando la mole de carne, consigue sacar el puto euro, una vez más (la enésima por lo menos) no sin antes oírse el quejido de las maltrechas patas de la silla pidiendo socorro a sus parientas, vacías ellas. Los chillidos de los salvajes, el griterío de ellas hablando a la vez, el chirrido de los frenos de los buses que paran apenas diez metros a sus espadas, conforman una sinfonía que se podría titular como desquiciante, pero en el fondo, al Boinas sólo le molestan las enormes tetas de ella llena de lamparones porque le distraen de los recuerdos de sus visiones y no porque le parezcan algo sensual o parecido, simplemente porque respeta como nadie un par de tetas como Dios manda. Y eso que le cuelgan a la pobre, son un insulto y unas ubres.
La visiones del Boinas fueron muy frecuentes en su juventud y llegaron hasta la madurez. A veces eran premoniciones a las que siempre hizo caso. No sabía catalogarlas. Sueños, visiones, presentimientos y recuerdos (esos sí). En cualquier caso formaban parte de él y les tenía mucho cariño porque, en definitiva y según su madre, eran ellos los que había arruinado su vida. El Boinas no pensaba lo mismo sobre la sentencia de ruina dictada tan alegremente. ¿Quién era ella para juzgar lo que pasaba por su cabeza y peor aún, etiquetarlo por el dinero que pasaba por su bolsillo roto?. Yo supe antes que nadie que el mundo era una mierda antes que ésta se convirtiera en mundo. Yo veía venir que la gente terminaría yendo a lo suyo ya cuando los serenos abrían las puertas de los patios a los mozos festejadores y se fumaba con ellos un celtas o ducados mientras le contaban mentiras como verdades. Supe antes que nadie que imbéciles, cretinos, necios, cafres, vacuos, lerdos, babosos, bellacos y lameculos alzarían al poder a sus semejantes para joder este mundo y en definitiva y como consecuencia, los niños gitanos y payos terminarían yendo y viniendo a por un euro para chuches inútiles.
El sol le prieta fuerte en la nuca. El vermú se ha aguachinao con el hielo derretido. Todo es un asco. Cierra los ojos y se funde con otra visión. Esta vez y por la sonrisa que dibujan sus labios, no debe estar nada mal.
El sol le prieta fuerte en la nuca. El vermú se ha aguachinao con el hielo derretido. Todo es un asco. Cierra los ojos y se funde con otra visión. Esta vez y por la sonrisa que dibujan sus labios, no debe estar nada mal.