domingo, 19 de abril de 2020

Visiones

La imagen de su abuela se le aparecía últimamente con mucha frecuencia. Enjuta y como escondida en su ropa de diario negra, larga la falda hasta donde amanecían sus tobillos ocultos por unas medias, también negras. El pelo estirado hacia atrás y rematado el peinado por un moño. Se movía ligeramente encorvada y siempre moviéndose de un lado para otro. De ella, el Boinas sólo tenía recuerdos menudos y alados que iban y venía en un suspiro. Era muy pequeño cuando ella murió. Decían que era bondadosa. Debía serlo porque en la fotografía que preside su lápida, unos ojos dulces miran en su interior y le perdona todo. Una horquilla de pelo encontrada en la acera de la calle le recuerdan esas visiones. Por lo menos entre tanta mierda que la gente tira, hay algo útil -piensa- aunque sólo sea para recordad esas cosas. 
Frente a su mesa, una media gitana (o gitana entera, quién sabe) con toda la prole de hermanas, cuñadas, primas y chiquillos que van y vienen dando por culo con sus gritos, impertinencias y juegos tan absurdos como ir y volver a la tienda de chuches de al lado con mierdas de críos que no sirven para nada. Dameuneuromama. Y ella intenta meter su brazo gordo como un atún en un bolsillo, pero sus grasas perfectamente encajadas en la silla roja de plástico con el anagrama de cocacola en el respaldo, no se lo permite. Ladeando la mole de carne, consigue sacar el puto euro, una vez más (la enésima por lo menos) no sin antes oírse el quejido de las maltrechas patas de la silla pidiendo socorro a sus parientas, vacías ellas. Los chillidos de los salvajes, el griterío de ellas hablando a la vez, el chirrido de los frenos de los buses que paran apenas diez metros a sus espadas, conforman una sinfonía que se podría titular como desquiciante, pero en el fondo, al Boinas sólo le molestan las enormes tetas de ella llena de lamparones porque le distraen de los recuerdos de sus visiones y no porque le parezcan algo sensual o parecido, simplemente porque respeta como nadie un par de tetas como Dios manda. Y eso que le cuelgan a la pobre, son un insulto y unas ubres. 
La visiones del Boinas fueron muy frecuentes en su juventud y llegaron hasta la madurez. A veces eran premoniciones a las que siempre hizo caso. No sabía catalogarlas. Sueños, visiones, presentimientos y recuerdos (esos sí). En cualquier caso formaban parte de él y les tenía mucho cariño porque, en definitiva y según su madre, eran ellos los que había arruinado su vida. El Boinas no pensaba lo mismo sobre la sentencia de ruina dictada tan alegremente. ¿Quién era ella para juzgar lo que pasaba por su cabeza y peor aún, etiquetarlo por el dinero que pasaba por su bolsillo roto?.  Yo supe antes que nadie que el mundo era una mierda antes que ésta se convirtiera en mundo. Yo veía venir que la gente terminaría yendo a lo suyo ya cuando los serenos abrían las puertas de los patios a los mozos festejadores y se fumaba con ellos un celtas o ducados mientras le contaban mentiras como verdades. Supe antes que nadie que imbéciles, cretinos, necios, cafres, vacuos, lerdos, babosos, bellacos y lameculos alzarían al poder a sus semejantes para joder este mundo y en definitiva y como consecuencia, los niños gitanos y payos terminarían yendo y viniendo a por un euro para chuches inútiles.
El sol le prieta fuerte en la nuca. El vermú se ha aguachinao con el hielo derretido. Todo es un asco. Cierra los ojos y se funde con otra visión. Esta vez y por la sonrisa que dibujan sus labios, no debe estar nada mal. 

martes, 1 de noviembre de 2016

LUGARES MÁGICOS

 El Hombre mira al cielo en busca de respuestas y pregunta, desde sus inicios como ser pensante, su devenir. El Hombre sumerge su mirada en el infinito del cielo estrellado y oscuro para escudriñar entre ese aparente caos que intuye divino, señales, símbolos, apariencias o certezas que guíen su camino, que aseguren su sustento; augurios que iluminen sus dubitativos pasos por una existencia llena de sobresaltos e inesperadas diásporas que al igual de enormes abismos terrenales se abren en su espíritu indeciso. Y en ese incesante escudriñar por el aparentemente tenebroso firmamento en busca de respuestas y seguridad ante lo mundano, aparece lo divino, surge la mano maternal que distingue lo bueno de lo malo, desciende desde el infinito estrellado, o del mismo Sol, la sabiduría suprema y todopoderosa, el poder hacedor, el ojo escudriñador al que ningún humano puede ocultarse.
El Hombre inseguro de su propia capacidad o para asegurar su poder, se adueña de ese firmamento inaccesible al mismo tiempo que previsible en sus etapas e inabarcable, para depositar en su magnificencia el poder de su misterio e interpretación y de esta manera abre una inmensa puerta para que lo mágico descienda de ese mismo cielo, como un halo misterioso de poder y sabiduría, hasta el mundo terrenal, mortal y eficaz dominio de abductores morales que aliados con la fuerza de la naturaleza y del mundo celeste traducen y crean símbolos y señales conectadas con la sabiduría ancestral, bien para su propio beneficio, bien al servicio de quienes guían el destino de la mayoría.
Dioses poderosos surgidos de la fantástica interpretación de sucesos astronómicos cotidianos como el amanecer o el anochecer, o humanos como el nacer o el morir, extraordinarios como la fertilidad o la escasez, necesarios como la caza o el cultivo. Y entre ellos se cierne como todo poderoso, el rey Sol como fuente de toda magnificiencia y fuerza, que nace y muere cotidianamente para vencer eternamente sobre la oscuridad. Ese mismo dios Sol que en Turba, ancestro de Teruel, los celtíberos ya dotaron de la magia procreadora, fértil y belicosa cuando escogieron -seguramente al dictado de fuerzas para nosotros incompresibles- que aquel altiplanicie gélido y fértil serpenteado por un rio que más tarde se denominaría Turia, sería el Lugar, un lugar mágico que albergara su existencia y las de sus descendientes. Una tierra bruñida por pueblos dispares que a fuego y sangre esculpieron un pasado convertido en cenizas de donde surgen a doquier restos diminutos de donde imaginamos comercio, ritos, luchas, cacerías, dioses, fertilidad y muerte, que no olvido.
Como en otro lugar y en otro tiempo, también en una altiplanicie situada en el centro de Mexico se erigía al Dios Sol y a su benevolencia y cómo no, a su ira sobre todo lo humano y divino, pirámides desde donde derramar la sangre fertilizadora, desde donde la vida se transfería a lo trascendente y a la magnificencia del paraíso. Un lugar mágico conectado, estructurado desde el norte al sur, desde el este al oeste como una dispersión de coordenadas que buscaran el infinito de su propia grandiosidad. Los mexicas abrieron las puertas al misterio teotihuacano aún sin resolver pero que, a igual que entonces, conserva la magia de un emplazamiento humano con dimensiones y objetivos que se nos escapan. Grandes avenidas, espacios grandiosos que nos dan medida de una sociedad populosa y organizada, próspera pero abandonada sin una razón que ni los dioses ni los terrenales nos argumenten.

Cuando la tierra tiene el color de la sangre, las arcillas que la conforman componen historias que anónimas manos mágicas cuentan a través de las formas y los usos. Legajos inconformes con un destino anónimo que llegan a nosotros en formas de cerámicas y murales para descubrirnos retazos de historias que, como en un rompecabezas, compondremos para crear un hilo conductor que se adentre en el pasado y descifrar modos de pensamiento y vida. Dos pueblos perdidos entre ellos en medio de coordenadas temporales y espaciales que sólo el mundo mágico e incompresible que desciende de las estrellas y emana desde el origen de la tierra puede comprender. Dos Lugares que marcaron para siempre señales venidas del cielo, dos historias contadas a través de arcillas rojas como sangre derramada por el valor, por el más allá, por rituales umbilicados en dioses como el Sol y la Luna; Lugares tan diferentes como los Monotes en Teruel o la calle de los Muertos en Teotihuacan enraízan sus orígenes en universos mágicos que, cómo pócimas procreadoras, fertilizan la historia humana dotándola de la savia necesaria para que los dioses que la abrazaron, sigan creyendo en nosotros, no sabemos si justos herederos del misterio que encierran.

LUGARES MÁGICOS

 El Hombre mira al cielo en busca de respuestas y pregunta, desde sus inicios como ser pensante, su devenir. El Hombre sumerge su mirada en el infinito del cielo estrellado y oscuro para escudriñar entre ese aparente caos que intuye divino, señales, símbolos, apariencias o certezas que guíen su camino, que aseguren su sustento; augurios que iluminen sus dubitativos pasos por una existencia llena de sobresaltos e inesperadas diásporas que al igual de enormes abismos terrenales se abren en su espíritu indeciso. Y en ese incesante escudriñar por el aparentemente tenebroso firmamento en busca de respuestas y seguridad ante lo mundano, aparece lo divino, surge la mano maternal que distingue lo bueno de lo malo, desciende desde el infinito estrellado, o del mismo Sol, la sabiduría suprema y todopoderosa, el poder hacedor, el ojo escudriñador al que ningún humano puede ocultarse.
El Hombre inseguro de su propia capacidad o para asegurar su poder, se adueña de ese firmamento inaccesible al mismo tiempo que previsible en sus etapas e inabarcable, para depositar en su magnificencia el poder de su misterio e interpretación y de esta manera abre una inmensa puerta para que lo mágico descienda de ese mismo cielo, como un halo misterioso de poder y sabiduría, hasta el mundo terrenal, mortal y eficaz dominio de abductores morales que aliados con la fuerza de la naturaleza y del mundo celeste traducen y crean símbolos y señales conectadas con la sabiduría ancestral, bien para su propio beneficio, bien al servicio de quienes guían el destino de la mayoría.
Dioses poderosos surgidos de la fantástica interpretación de sucesos astronómicos cotidianos como el amanecer o el anochecer, o humanos como el nacer o el morir, extraordinarios como la fertilidad o la escasez, necesarios como la caza o el cultivo. Y entre ellos se cierne como todo poderoso, el rey Sol como fuente de toda magnificiencia y fuerza, que nace y muere cotidianamente para vencer eternamente sobre la oscuridad. Ese mismo dios Sol que en Turba, ancestro de Teruel, los celtíberos ya dotaron de la magia procreadora, fértil y belicosa cuando escogieron -seguramente al dictado de fuerzas para nosotros incompresibles- que aquel altiplanicie gélido y fértil serpenteado por un rio que más tarde se denominaría Turia, sería el Lugar, un lugar mágico que albergara su existencia y las de sus descendientes. Una tierra bruñida por pueblos dispares que a fuego y sangre esculpieron un pasado convertido en cenizas de donde surgen a doquier restos diminutos de donde imaginamos comercio, ritos, luchas, cacerías, dioses, fertilidad y muerte, que no olvido.
Como en otro lugar y en otro tiempo, también en una altiplanicie situada en el centro de Mexico se erigía al Dios Sol y a su benevolencia y cómo no, a su ira sobre todo lo humano y divino, pirámides desde donde derramar la sangre fertilizadora, desde donde la vida se transfería a lo trascendente y a la magnificencia del paraíso. Un lugar mágico conectado, estructurado desde el norte al sur, desde el este al oeste como una dispersión de coordenadas que buscaran el infinito de su propia grandiosidad. Los mexicas abrieron las puertas al misterio teotihuacano aún sin resolver pero que, a igual que entonces, conserva la magia de un emplazamiento humano con dimensiones y objetivos que se nos escapan. Grandes avenidas, espacios grandiosos que nos dan medida de una sociedad populosa y organizada, próspera pero abandonada sin una razón que ni los dioses ni los terrenales nos argumenten.

Cuando la tierra tiene el color de la sangre, las arcillas que la conforman componen historias que anónimas manos mágicas cuentan a través de las formas y los usos. Legajos inconformes con un destino anónimo que llegan a nosotros en formas de cerámicas y murales para descubrirnos retazos de historias que, como en un rompecabezas, compondremos para crear un hilo conductor que se adentre en el pasado y descifrar modos de pensamiento y vida. Dos pueblos perdidos entre ellos en medio de coordenadas temporales y espaciales que sólo el mundo mágico e incompresible que desciende de las estrellas y emana desde el origen de la tierra puede comprender. Dos Lugares que marcaron para siempre señales venidas del cielo, dos historias contadas a través de arcillas rojas como sangre derramada por el valor, por el más allá, por rituales umbilicados en dioses como el Sol y la Luna; Lugares tan diferentes como los Monotes en Teruel o la calle de los Muertos en Teotihuacan enraízan sus orígenes en universos mágicos que, cómo pócimas procreadoras, fertilizan la historia humana dotándola de la savia necesaria para que los dioses que la abrazaron, sigan creyendo en nosotros, no sabemos si justos herederos del misterio que encierran.

lunes, 18 de mayo de 2015

EL CORDÓN UMBILICAL

Desde el mismo momento en el que el espermatozoide se cuela como un "espalda mojada" en las entrañas de la madre naturaleza, que a la sazón y por aquellos incomprensibles designios humanos, llamamos óvulo, desde ese mismo momento decía, las Cosas toman derroteros que se escapan a nuestra explicación, por mucha teoría sobre la multiplicación celular que nos quieran dar. Y es en ese momento cuando (o quizás un poco más tarde), nos fabricamos el cordón umbilical para vivir a expensas de quien haga falta. Popularmente se cree que cuando  nacemos, el médico, matrona, o quien le toque la tarea, nos lo corta para convertirnos en seres independientes. Ja. Eso lo harán las hormigas de la Patagonia. Los humanos, cuando el instrumento afilado corta el susodicho cordón que nos une a la progenitora, se activa de manera automática la wifi. Con una efectividad asombrosa, rastrea cual sabueso hambriento la conexión afectiva más cercana e intensa. Y ahí estamos. Como el género humano es hipócrita por naturaleza, tendemos a llamar a las cosas de manera que parezca lo que no es, o viceversa: que no parezca lo que realmente es. La cuestión es que el cordón umbilical (o wiffi afectiva)nos acompaña hasta los restos, y andamos toda la vida con la antenita buscando redes amorosas, comprensivas, pacientes y a ser posible, con buena cobertura o intensidad, vamos, que marque todas las rayas posibles.
Parece una tontería y nos puede causar risa, pero realmente resulta patético. La ley del mínimo esfuerzo impera a sus anchas en el ser humano. Para qué buscar en nosotros mismos aquello que demandamos de los demás, nos decimos en segundo plano de nuestro inconsciente (el primer plano lo utilizamos para  cosas más importantes como vigilar el güasap mientras nos bebemos unas cañas con los amigos). No tiene sentido el esfuerzo. Algún pardillo/a nos lo proporcionará por la jeta.
Lo malo ó más bien, el problema, es que todos andamos buscando la misma carencia y así es difícil completar una transmisión de datos correctamente y la conexión terminar por cortarse.

Tao, mi amigo can, me mira desde la placidez de su alfombra buscando y esperando la complicidad de un gesto mío para acercarse e intercambiar galletas de cariño. El no sabe de güifis ni las necesita. Simplemente me lo da todo a cambio de lo que caiga, que es incierto. Y si mañana lo abandonara, se buscaría la vida con o sin galletas, porque estoy seguro que la felicidad consiste simplemente en eso, en buscarse la vida uno mismo a base de olfato.

viernes, 15 de mayo de 2015

EL EQUILIBRIO

La moneda se sostenía vertical en un difícil equilibrio gracias al maltrecho estado del mostrador, donde la mugre era sólo uno de los males que soportaba. Pero ahí estaba la moneda de canto desafiando todas las leyes inimaginables incluidas las dictadas por la sabiduría humana. La observaba reposando la cabeza sobre sus brazos doblados y apoyados inconscientemente sobre el mostrador. Le venían recuerdos de su juventud, en la escuela, cuando su profesor de matemáticas explicaba sobre el encerado aquello de que una tangente era una línea recta que cortaba al círculo en un punto. En un principio, y por aquellos años, ese asunto de las rayitas jorobando los círculos pasando por encima, por debajo, por el centro y por donde Dios les diera a entender oníricamente, verdaderamente le parecía una pérdida de tiempo digna de un maestro que malvivía explicando banalidades a jóvenes con hambre de mundo, seguramente porque –pensaba- sería incapaz de trabajar como los demás hombres que se dejaban la piel por levantar a ese país con piel de toro, como decía su padre. 
Pero ahí estaba, sí señor, la prueba irrefutable de que ese pobre profesor tenía razón. Esa moneda circular la sustentaba un solo punto –de mierda, eso sí- pero un solo punto. El mostrador era la tangente –afirmó para sí mismo, sorprendiéndose de su aún fresca agudeza intelectual- y la moneda, el círculo que el maestro trazaba en el encerado. 
-¿Qué extrañas fuerzas existen para que una pieza de metal redonda se sujete en un punto?
Se lo preguntó en voz muy baja, casi un susurro, pero fue suficiente para que Pedro, el camarero –propietario autónomo, defraudador veterano, divorciado, secreto mordedor de uñas y dotado por la madre naturaleza de un oído excepcional- oyera parte de la importante reflexión. 
-Joder tío, vete pagándome ya questás al límite y no tengo ganas de más broncas. 
El cielo es inmenso y tiene dos posiciones: abierto (hace sol) y cerrado (nublado) y los intermedios los ignoramos porque sólo sirven para avisar. Pero mira, en ese momento aún de noche cerrada, el cielo hizo una excepción y se abrió de un golpe en su mente algo atrofiada por los años, el alcohol y multitud de excesos que no viene al cuento, para iluminarla…, ó mejor sería pensar que sobre todo, para llenar huecos. 
-Un lado es el positivo y el otro, el negativo. Un lado es el bien, el otro el mal. Un lado es lo justo, el otro lo injusto. Un lado es el amor, el otro el odio. Un lado es la paz y el otro la guerra. Un lado es la izquierda y el otro, la derecha. Es como un mudo perfecto, en equilibrio, donde las fuerzas de un lado contrarrestan las del otro para que todo funcione. 
La maravilla de su descubrimiento le embelesó durante un buen rato, sobre todo porque sus neuronas buscaban a toda pastilla una conclusión práctica, un resumen inspirador que arreglara la mierda de mundo que, casualmente, una hermosa presentadora de noticiero se esmeraba en suavizar con noticias cutres de bebés tirando papillas a sus padres, entre risas. Pero fue en balde. Ese jodido equilibrio no tenía utilidad, no le colgaba enseñanza alguna, vamos….. que no servía para nada. 
Una palmada de Pedro en el mostrador hizo que la estúpida moneda que no enseña nada, cayera hacia un lado, no antes de dar un buen salto. 
-Son diez y seis euracos a toca teja…. 
El Boinas sacó los quince restantes y los dejó sobre el mostrador sin mirar a Pedro. Fue entonces cuando entendió todo: El punto que sostenía el equilibrio, la moneda, el todo, era…. un punto de mierda.

domingo, 25 de mayo de 2014

La teoría de la relatividad

Sería sobre los 70 cuando mi profesor de físicas lanzó sin compasión alguna a sus alumnos, aquello de la teoría de la relatividad de Einstein. Lo cierto es que a mí, personalmente, me apasionaba ese mundo nuevo que asomaba la nariz, llena de átomos compuestos de electrones negativos dando la vara y girando como locos alrededor de un núcleo, que como el empollón en el parque, estaba en el medio aburrido, y encima, de positivo. Pero no contentos con eso, los electrones de la última fila (ahora se les llama hiperactivos o con déficit de atención) se largaban con otro átomo y hala!!, se convertían en otra cosa (muchos de generaciones posteriores terminaron de drag queen). Pero un día, no sé a cuento de qué porque juro que no estaba en el temario, comenzó a contarnos la historia del tren y del niño con la pelota, del haz de luz y de la relatividad de los sucesos dependiendo del observador. Todo un lío, pero a mí, eso de la relatividad, me abrió las carnes sin opción a otra cosa que al estupor. Como una mala remendadora, cogí desde entonces el hilo de la relatividad para hacer con ella una doctrina personal que traspasa al mismo Einstein por la médula. Crucificadico lo tengo y colgao del pecho y a él suplico un gramo de luz para el agüjero negro en el que moro cuando, de puro listillo televidente, veo, juzgo y condeno.
Todo es relativo. Nada es lo que aparenta ni lo que parece. Todo nuestro comportamiento está sometido a multitud de leyes incompresibles que desafían la gravedad (la una y la otra), desfribilan la luz que nos viene del pasado, amasamos un futuro chungo y metemos presión para cocerlo todo. Así es que como para abrir la boca.
A la Choni del barrio se le acumulan los pecados y muchos de ellos juro que son muy gordos, pero desde luego, no el abrazar a Buda sin embargo, los dos dicen lo mismo (la Choni gritanto, claro): Aquí y Ahora. 
Y la relatividad sesfuma a buscar electrones a donde la parió su madre.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Gusanos negros

Me encantan los trasportes públicos !!!!!!. Como los críos cuando salen de viaje cargados de adrenalina y testosterona que se sientan al final de autobús como en una trinchera donde sentirse seguros, dominando visualmente la situación, y preparar con impunidad tratada tras trastada, así busco yo las últimas butacas. Con la sangre limpia de cualquier efluvio hormonal capaz de alterarme (salvo imprevistos), me posiciono en el posible mejor mirador del bus para, observando a la gente, imaginarme caracteres, situaciones, adivinar frustraciones, ilusiones, derrotas, empeños..., admirar cuerpos hermosos y otros a los que la naturaleza en unas ocasiones y en otras aliadas por la dejadez, juega malas pasadas. Un cura cuya edad cabalgaba entre la madurez y la senilidad, enfundado en una sotana negra impecable, picó su bono y cabizbajo,sorteó a todos los pasajeros de la plataforma hasta sentarse a mi lado. A esas alturas de la caminata, sus gafas se había escurrido hasta casi el final de su larga y picuda nariz sin posibilidad de devolverles a su posición original debido al zarandeo a que nos somete el trasporte público. Una vez sentado y recuperada la parsimonia que se le supone por su condición de aforado de Dios, tuvo a bien de darme el placer de empujar con su dedo las gafas hasta donde, como también se supone, deben ir colocadas una gafas decentes. Una vez superada la crisis de nervios por culpa del artilugio graduado, pude comprobar que, a diferencia de algunos mortales que saludamos a quien va a compartir con nosotros unos minutos de viaje, éste en particular, el silencio que le colgaba era tan negro que se confundía con su sotana. Cruzó las manos sobre su regazo en una aptitud de  falsa oración o meditación. Con su mirada y frente erguida, a este soldado de Dios, lo delataban su nariz cornuda y finos labios, su tez  blanquecina e impecable corte de pelo. No pude resistirme el levantar mi culo y cambiar de perspectiva para afrontar un cara a cara con aquel tipo. Desde la plataforma central de bus, miré a través de sus ojos hasta llegar a su niñez, en ese terrible día donde un ser humano vulnerable, confundió su timidez con un susurro de Dios, ese instante en que sus padres decidieron que un alma tan débil, sólo podría cuidarla la obra divina. Pero por su pecho, desde hacía muchos años sentía un terrible ardor que ningún medico adivinaba el origen, nadie era capaz de aliviarle. Aunque apenas nos separaban dos metros, yo vi cómo su juventud llena de ilusiones mudas,ya agusanadas por el tiempo, trepaban peludas por su pecho en busca del aire que todos respiramos sin vergüenza, produciéndole tal irritación que pareciérale el mismo infierno en el pecho. Sabía el remedio para su dolor, sabía el módo de tragar de una vez por todas esos bichos que matan sin piedad, pero algo me dijo en mi interior que pese a todo, cuando por las noches cerraba sus ojos, por una vez se sinceraba con su Dios y le daba gracias por protegerle del miedo que siempre tuvo a la Vida.

miércoles, 7 de agosto de 2013

La liturgia del verano

Todas las estaciones tienen para mi su liturgia particular, porque no están ahí por casualidad. Cada estación significa un cambio y cuando se vuelve al principio, se cierra un círculo personal, se completa un año, una etapa, un paso hacia algún lugar que, a priori, desconocemos. Los que de alguna manera intentamos vivir acordes con los pulsos de la naturaleza y sintonizarnos con un modo de vida de respeto mutuo, el verano es para mi organismo, con diferencia, la peor de las estaciones. Aún con lo agradable que resulta la abundancia de frutas dulces en esta estación, la variedad de hortalizas que se ingieren frescas y crudas, aún cuando es la estación que más dura el día y más apetece salir de la cueva, aún con todo, yo no termino de disfrutarla y de seguro que el culpable soy yo. Sudar por todos y cada uno de los poros que Dios tuvo a bien colocar en mi piel (ahí si que fue generoso el buen Hacedor) tendrá una gran ventaja desde el punto de vista salubre por aquello de eliminar las toxinas que se acumulan y que mi cuerpo lo hace a la perfección, pero resulta un peñazo excesivo. El mundo laboral se precipita a finales de julio de manera que más parece que nos adentramos al principio del fin de mundo que de las benditas vacaciones. Todo son prisas por terminar lo que está a medias, a mediados de julio todo adquiere una velocidad y una necesidad ansiosa inusitada para en septiembre, preguntarnos ¿y para qué?. A eso hay que sumar las vacaciones de los niños (afortunadamente un problema menos para mi), histéricos para estas fechas porque barruntan el desenfreno que se acerca y la no menos fatídica pregunta del siglo XX y XXI ¿ande vamos estas vacaciones?. En fin, que personalmente quemaría a este par de desgraciados que son julio y agosto.
A pesar de todo y como no queda más remedio que tirar para adelante con esto que tiene el mundo de dar vueltas, el verano, como cualquier otra estación tiene para mi su propia liturgia (como decía al principio. Y una costumbre o rito de esta liturgia que instauré en mi vida fue "la visita al cementerio".  No como la de todos los santos, no. Es otro tipo de visita. Repaso mentalmente cada uno de los “cadáveres” que he ido dejando atrás a lo largo de mi vida. Amigos que compartieron todo conmigo y que por una causa u otra, terminaron casi en el olvido, personas que por diferentes motivos me marcaron por sus enseñanzas (no siempre positivas, pero sí aleccionadoras). Me encanta recrearme en esos momentos gloriosos que te regala la vida compartido junto a otras personas y aseguro, me gustaría por un momento volver y decir aquello de …. ¿oye, y te acuerdas de cuando …….?.  
Siempre he creído que por la vida hay que ir ligero de equipaje (espiritual y físicamente), como todos los animales que pueblan la naturaleza y que todo tiene su ciclo, incluso las personas cuando nos relacionamos. Por eso conviene tener en un rincón del alma un cementerio donde poner flores a todos los muertos que nos han enriquecido, entre otras cosas porque es de bien agradecido.